Nacido en Valladolid en 1920 y fallecido en la misma ciudad en 2010 víctima de un cáncer, profesor mercantil, dibujante, periodista y narrador, carente de supurante vanidad o de clandestina trastienda, más ponderado que elegante, más recatado que bohemio, el español Miguel Delibes fue autor de numerosas novelas costumbristas, vinculadas a la realidad en la que desembocan, de fondo social, con un lenguaje coloquial depurado, pero sobre todo de la elogiada El hereje (1998 y reeditada por Cátedra en 2020).

Delibes, Premio Príncipe de Asturias, Premio Cervantes, académico de la RAE, candidato al Nobel en 2001 y en 2006, fue un gran aficionado a la caza menor, su pasión vital que figura como tema en numerosas obras entendida como reencuentro con la naturaleza, porque la caza racional no está reñida con la defensa del medio ambiente.
En sus libros hay un rechazo del progreso que envenena y en sus personajes expresó un desdén explícito por un desarrollo deshumanizado, por la máquina en cuanto obstáculo interpuesto entre el hombre y la naturaleza (Las ratas, La caza de la perdiz roja). Otra constante de sus personajes urbanos es el retorno al origen tras una crisis (La sombra del ciprés es alargada, Aún es de día): En La hoja roja (con el tema de la soledad del jubilado), sus personajes declinan el progreso mecanizado porque les excluye, ya que es un progreso competitivo que los orilla por su incapacidad para sobrellevar un progreso tecnológicamente implacable. Si en El camino, Daniel el Mochuelo rechaza cambiar su pequeña villa por la gran ciudad, la naturaleza por el tentador progreso irracional, en Parábola del náufrago, la tierra, tras ser manipulada químicamente, se alza contra el hombre de manera hostil.
Delibes desarrolló en sus novelas una estética de la marginación, ya que sus personajes suelen ser pobres analfabetos, arrinconados en el campo con sus dramas, inocentes miserables (Desi, Régula, Paco el Bajo …) que al final entienden que la cultura es la única manera de salir de esa pobreza asfixiante y cuyo protagonismo no tiene narradores interpuestos. “He buscado en el campo y en los hombres que lo pueblan la esencia del ser humano” escribió el vallisoletano en 1990. La muerte, la infancia, la soledad, el progreso, la compasión, la naturaleza, la búsqueda del camino para la realización de la persona y una sólida propuesta ética son algunos de los temas habituales en su extensa producción novelística, entre la que cabe destacar Señora de rojo sobre fondo gris (1991), un homenaje a su difunta esposa Ángeles de Castro Ruiz y la confesión que un padre (un pintor en sequía creativa repleto de inseguridades) hace a su hija sobre la madre fallecida, novela esta que comparte situación con la célebre Cinco horas con Mario, en el que Carmen (Menchu) establece con su esposo fallecido un soliloquio de torrencial fluir y ritmo un tanto repetitivo y que supone el desastre cotidiano en la provincia de posguerra, el fracaso de dos vidas truncadas.

El hereje
Delibes puso punto y final a El hereje, galardonada con el Premio Nacional de Narrativa, pocos días antes de que le detectaran un cáncer de colon, enfermedad que terminó por incapacitarle para poder seguir fabulando. El escritor llegó justo a tiempo para dar a los lectores la que para muchos es su mejor obra, redactada sobre las cuartillas de desecho de periódico a un ritmo de dos o tres folios diarios manuscritos, que su secretaria y nuera Pepi Caballero mecanografiaba para una posterior corrección. Una novela laboriosa que reescribió tres veces hasta el punto de que, en la primera sinopsis, el protagonista se llama Juan Almansa. Delibes percibió quince millones de las extintas pesetas a la firma del contrato y otros veinticinco a la publicación, el porcentaje de derechos de autor era del 15% salvo las consabidas ediciones de bolsillo o quiosco (hasta 2020 registra 34 ediciones y hasta 2016 había vendido 300.000 ejemplares con traducciones a 13 lenguas, solo los derechos al alemán le supusieron a Destino unos ingresos de 13 millones de pesetas).
Para Delibes los ingredientes imprescindibles de toda novela son un paisaje, una pasión y un hombre engranados en un tiempo. El comprometido con la causa reformista y hereje Cipriano Salcedo es el hombre, el paisaje es Valladolid (de polvo y barro en las calles donde transitan unos treinta mil habitantes), el tiempo es el s. XVI (aunque las heridas relatadas siguen hoy abiertas) y la pasión es la consecución de una trascendencia religiosa, la libertad de conciencia y la obtención de la verdad: una crítica al fanatismo, que conlleva inexorablemente a la tragedia, a la intolerancia, y una reivindicación de la memoria en un entorno hostil a la disidencia, donde la independencia del individuo choca frente a las convenciones sociales (el erasmista y el luterano frente al cristiano viejo).

pic by Katrin Solmdorff
En El hereje se sigue el modelo de los Episodios nacionales de Galdós al alternar personajes históricos con ficticios, pero se prioriza la representatividad antes que la verdad empírica, como también se alterna narración y descripción, lenguaje literario y tono coloquial, introspección con ironía. La novela, de estructura tripartita, cuenta en tercera persona la vida del protagonista Cipriano Salcedo desde su nacimiento hasta su muerte, sin apenas saltos lineales (a excepción de la prolepsis in media res del preludio con el fin de inocular la intriga), con mordacidad y ciertos usos lingüísticos de la época en diálogos y oraciones textuales con alguna licencia anacrónica (intelectual, anarquismo). La tercera parte es la más atractiva de la obra, donde se emplea tanto la primera como la tercera persona con un predominio del estilo indirecto y que concluye con un final sobrecogedor y la declaración de Minervina Capa, la cual contiene un evidente afán de justicia. Historia y palabra. El mejor Delibes.
Carlos Ferrer
