En la época de nuestros padres era suficiente que una información hubiera salido por la televisión para creerla a pies juntillas, y decían aquello de “claro que lo creo, lo ha dicho la televisión”, sin que éste hecho, la noticia dicha a través de la tele, fuera una garantía de veracidad.
Desde entonces hacia acá las televisiones se han dividido en públicas y privadas, algunas de las primeras en algún momento han tenido una dirección excesivamente politizada y con una línea editorial bastante alejada de la responsabilidad que una empresa pública requería; y las segundas, las privadas, obviamente, con un menú dirigido a la rentabilidad y algunas veces también eludiendo un comportamiento ético y responsable.

Así pues, llegamos a la época de las plataformas digitales repleta de redes sociales, que han democratizado el ‘púlpito’, ya no sólo se escucha al sacerdote, al político o al maestro, ahora también a las masas, y éstas han elegido a quién creer, y creen lo que dicen sus amigos a través de las redes sociales.
De este modo, hoy en día esa sacralización de la ‘noticia verdadera’ la posee Whatsapp. Efectivamente, si hoy preguntamos si esa noticia que nos han mandado a través del Whatsapp es cierta o falsa nos contestan “que esa noticia se la ha reenviado una amiga/o y esa persona tiene mucha credibilidad”. Por supuesto no importa si esa persona que reenvía todo lo que le llega es inteligente o no, lo que realmente nos importa es que esa noticia esté alineada con nuestra ideología, cabreo o superstición, y mucho me temo que una gran cantidad de nosotros somos muy conscientes de lo que estamos reenviando. En nuestro fuero interno decimos que ese Whatsapp puede ser un fake pero no importa porque sí no lo fuera merecería ser una noticia verdadera porque ilustra nuestra percepción de la política, o refuerza los estereotipos de género o de territorio, o simplemente nos aferramos a que si lo difundimos 150 veces a través de la red de mensajes a las 12 de la noche recibiremos una grata noticia de que hemos ganado un dinero.
Por ende es inútil criminalizar a las redes sociales y a nosotros sus usuarios. Unos, nosotros, somos responsables de lo que nos corresponde (impuestos, mascarilla, etc.), y a otros les toca responder el porqué entre la sociedad ocurre esa desafección a la política (la gerencia de lo público), y el porqué la política provoca esa imagen de poca credibilidad.
Pues lo dicho, ahora la única verdad que reconocemos es la ¡Palabra del Whatsapp! ¡Os alabamos Jan Koum & Brian Achton!
Montserrat Gascó-Alcoberro
